viernes, 15 de agosto de 2008

LA VIRGEN DE ALTOMONTE


Aunque forcejaba era inútil; era su presa. Eran cuatro contra una, dos sujetaban sus brazos, uno sus piernas. El otro se acercó lento y tiró suave de su falda hacia el suelo. Sus muslos desnudos se cerraban, intuitivos, el uno contra el otro enmarcando aún más el triángulo que la estrecha braguita formaba entrepiernas. Levantó su jersey desnudando sus pechos tiernamente empezonados. La tiró al suelo, pálida, sobre el rocío, rasgando su braga que, ya abiertos sus muslos, se ofrecía el manjar que estrenaría de la virgen de Altomonte. Sus ojos se agarraban a la tierra suplicantes y él convulso afaenaba empapado de su sudor frío de la noche.

Era de noche cuando nació el hijo de la virgen de Altomonte y el alba esa noche corrió más que nunca a mecer con su luz las carnes blancas del hijo del rocío. Y es que hay hijos del rocío, de la luz, del sol, de todo que pinta de color el corazón.


TURKANA

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