"Ocurrieron cosas extraordinarias en aquel verano de 1950. Cojinoba Lañas le cayó por primera vez a una chica -la pelirroja Seminauel- y ésta, ante la sorpresa de todo Miraflores, le dijo que sí. Cojinoba se olvidó de su cojera y andaba desde entonces por las calles sacando pecho como un Charles Atlas. Tico Tiravante rompió con Ilse y le cayó a Laurita, Víctor Ojeda le cayó a Ilse y rompió con Inge, Juan Berreto le cayó a Inge y rompió con Ilse. Hubo tal recomposición sentimental en el barrio que andábamos aturdidos, los enamoramientos se deshacían y rehacían y al salir de las fiestas de los sábados las parejas no siempre eran las mismas que entraron. "¡Qué relajo!", se escandalizaba mi tía Alberta, con quien yo vivía desde la muerte de mis padres.
Las olas de los baños de Miraflores rompían dos veces, allá a lo lejos, la primera a doscientos metros de la playa, y hasta allí íbamos a bajarlas a pecho los valientes y nos hacíamos arrastrar unos cien metros, hasta donde las olas morían sólo para constituirse en airosos tumbos y romper de nuevo, en una segunda reventazón que nos deslizaba a los corredores de olas hasta las piedrecitas de la playa. (...)
(...) Pero el hecho más notable de aquel verano fue la llegada a Miraflores, desde Chile, su lejanísimo país, de dos hermanas cuya presencia llamativa y su inconfundible manerita de hablar, rapidito, comiéndose las últimas sílabas de las palabras y rematando las frases con una aspirada exclamación que sonaba como un "pué", nos pusieron de vuelta y media a todos los miraflorinos que acabábamos de mudar el pantalón corto por el largo. Y, a mí, más que a los otros.
La menor parecía la mayor y viceversa. La mayor se llamaba Lily y era algo más bajita que Lucy, a la que le llevaba un año. Lily tendría catorce o quince años a lo más y Lucy trece o catorce. El adjetivo llmativa parecía inventado para ellas, pero, sin dejar de serlo, Lucy no lo era tanto como su hermana, no sólo porque sus cabellos eran menos rubios y más cortos y porque se vestía con más sobriedad que Lily, sino porque era más callada y, a la hora de bailar, aunque también hacía figuras y quebraba la cintura con una audacia a la que ninguna miraflorina se atrevería, parecía una chica recatada, inhibida y casi sosa en comparación con ese trompo, esa llama al viento, ese fuego fatuo que era Lily cuando, instalados los discos en el pick up, reventaba el mambo y nos poníamos a bailar. (...)
(...) Yo de Lily me enamoré como un becerro, la forma más romántica de enamorarse -se decía también templarse al cien-, y, en ese verano inolvidable, le caí tres veces. La primera, en la platea alta del Ricardo Palma, ese cine que estaba en el Parque Central de Miraflores, en la matinée del domingo, y me dijo que no, era todavía muy joven para tener enamorado. La segunda, en la pista de patinaje que se inauguró justamente ese verano al pie del Parque Salazar, y me dijo que no, necesitaba pensarlo porque, aunque yo le gustaba un poquito, sus padres le habían pedido que no tuviera enamorado hasta que terminara el cuarto de media y ella estaba dodavía en tercero. Y, la última, pocos días antes del gran lío, en el Cream Rica de la avenida Larco, mientras tomábamos un milk-shake de vainilla, y, por supuesto, otra vez que no, para qué me iba a decir que sí ya que estando como estábamos parecíamos enamorados."
Travesuras de la niña mala
Mario Vargas Llosa
Perú, Chile, Cuba, París, Londres, Tokio, Madrid son las ciudades que forman parte del itinerante viaje que transcurre en paralelo al de la vida de las travesuras de la niña mala. La vida es un viaje que transita por los escenarios interiores y exteriores de los personajes. Los personajes, como los paisajes de la vida, son reales, unos, e ideales, otros. Vividos y soñados, personajes y paisajes, queridos y consentidos, impuestos, sobrevenidos y traídos por la vida, todos, personajes y paisajes.
Novela de paralelas y convergencias. Paralelos y convergentes, Ricardo y la niña mala. Ricardo, el niño bueno, que dice al oído de la niña mala huachaferías mientras la trajina como sólo a ella le gusta. Maravillosa historia de amor y desamor, de encuentros y desencuentros, de recuerdos y olvidos, de sexo y amor, de ternura y traición. Todo gira y se mueve en espiral, como se mueve la vida, lenta o rápida, según desde dónde la mires o según desde dónde la vivas. Y todo converge, por la segunda ley de la termodinámica, la entropía, hacia el desorden. Desorden aparente, pues todo queda, y queda en un universo de puntos referentes generatrices de mil tortuosas formas prendidas en el aire de los sueños o en la textura de las cosas que fueron tocadas, de las palabras que fueron narradas y escuchadas, susurradas, pensadas, incluso, no dichas, capaces de cambiar lo imperceptible.
Nada es lo que parece pero todo apunta a que parezca ser lo que parece. La niña mala, parece mala. Ricardo, el niño bueno, parece bueno. La historia de amor entre ambos apunta a que parezcan ser lo que parecen. Pero quizá no sean dos y sean uno. Se necesitan y se prescinden mutuamente como a nosotros mismos. La niña mala no sería nada sin Ricardo y éste sin ella, polvo de las estrellas. Juntos, dan sentido al universo. El amor es la energía que los anima, el halo vital que los creó y mantiene, el amor paradójico y paradigmático, indescriptible e indefinible.
Puede que una novela no pueda serlo todo. Puede que la ilusión que albergamos de que una novela sea todo y encontremos en ella la satisfacción, tantas veces esquiva, de haber vivido un tiempo consciente de nosotros mismos y de la vida, que es lo mismo, puede que nunca sea posible del todo. Lo dice la niña mala "yo nunca estaré contenta con lo que tenga. Siempre querré más". Pero puede ser que atisbemos en esta formidable novela la satisfacción plena.
Inteligencia sublime de Mario Vargas Llosa que recocija los sentimientos y los sentidos en la música de la lengua española. Debería leerse en voz alta, su lengua, nuestra lengua, en la escuelas, institutos y universidades para que la inteligencia media subiera de media.
TURKANA
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