Cuando nacemos comenzamos la vida y la nostalgia. La primera nostalgia de la matriz, cálida. Y aun de antes, de cuando no éramos más que átomos revueltos, sin otra consistencia que un azaroso propósito de hacernos posible. Nostalgia. Ese término que en su prosodia contiene la fluctuación del sentimiento que define. Y qué cálida es esa otra matriz, de lugar indefinido, a la que nos ceñimos ajustándonos las solapas sobre el cuello. El cuello, frágil puente entre la carne y el pensamiento.
Nostalgia de ti, mujer, de tus susurros y la yema de tus dedos. De tus vibrátiles digitaciones sobre mi piel de macho. Nostalgia. De tu risa y tu boca abierta por la que navego con las velas a tu aliento. Y me hundo y naufrago en el maremoto de su saliva densa y mineral que me conforma. Me clavas en un firmamento de estrellas y meteoros. Me invaginas en el vórtice oscuro que es tu mismo centro. Me entrego y te traspaso de parte a parte, solapado a tus querencias. Y salgo como el feto, de la matriz de tu sexo, todo húmedo y pleno de tegumentos adventicios adheridos a la nostalgia de mis entrañas. Habla mujer, habla. Habla palabras antiguas y vierte en mi oído, que los poros de mi piel exuden ritmos que te muevan. Canta mujer, jadea. Grita. Que la nostalgia de mi alma espasme mis nervios.
Nostalgia de tu lugar. De tu pelo, mujer y de la felpa de tu piel. De tus ojos oceánicos. Eres un misterio, mi hembra abierta. Eres una ciudad íntima volando por el espacio, llena de rincones y hogares cerrados para los dos. Sopla el viento esta noche por tus calles. Solo y lleno de nostalgia te las recorro...mientras mis ojos castaños que te ensueñan y mi mirada de las estrellas acarician tus paredes.
Nostalgia del musgo de tu piel, mujer.
TURKANA
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