adioses al mundo. 4
¡ADIÓS, DINERO! AHÍ TE PUDRAS
¿Qué es eso que me anuncian?: ¿que, con sólo morirme, vas a quedar aniquilado tú, Dinero, todas tus cifras y tus cuentas liquidadas a O , y ni ya a O tan siquiera?, ¿que toda tu realidad va a cambiarse por la verdad desnuda de tu nada?
Pero ¡si tú eras todo en este mundo, oh Dinero! Tú eras todas las cosas, porque cosas reales eran sólo las que podían cambiarse por dinero, las que llevaban, más o menos disimulada, la etiqueta de su precio, y, si había otras, tú no sabías de ellas: no existían. Y eras también las Personas todas, porque las Personas, lo mismo que las otras realidades, no eran otra cosa que el dinero (potencial-claro) que podía mover en el mundo cada una: las que movían poco dinero, ésas contaban poco, pero aún contaban, como p.ej. los bebés, que estaban, ya recién-nacidos y aun desde antes, promoviendo considerables cadenas de negocio para el Bebé o el Bebé Futuro (que por eso a tu Banca y Empresa les gustaba tanto sacar en cartelones caras enormes de inocentes sonriendo), o hasta como los pordioseros metropolitanos, que por lo menos, al circular sacando perrillas por los recovecos del Bienestar, contribuían a mantener la ilusión, que tú tanto necesitabas, y que la gente siguiera creyendo que aquellas monedillas eran dinero y servían para comer, en vez de descubrir o sospechar tu verdadera esencia y que tú no servías para nada más que para tí mismo. Y, claro, los que te movían mucho, en grandes ejércitos de numerario, en largos guarismo de 12 o 13 cifras por lo menos, en gigantescas fusiones o emisiones por todo lo alto de la Red Informática Universal, ésos eran las almas grandes, las Personas más personales de tu mundo, como que, al sostener la Fe en tu existencia virtual, se ganaban la Fe en la propia: eran la realeza de la Realidad, los creyentes y ministros del Tiempo real, Futuro, que era todo lo que tú eras.
Sí, tú eras toda la Realidad: eras la Realidad misma. Tú habías conseguido que la vida corriente se convirtiera en una idea fija de Futuro, que las cosas no fueran más que tú, que, mientras seguías haciendo creer que no eras más que un inocente medio de facilitar el intercambio de bienes (eso debiste de haber sido alguna vez, antes de la Historia, que, oh Dinero, comenzó contigo), manteniendo la ilusión de que contigo se podían adquirir bienes palpables, cosas buenas para el hambre y el deseo verdadero, lo que hacías era anular las cosas, que el hambre fuera el miedo del hambre de mañana, el pan cotidiano no más que el pan vacío del Porvenir y el Plan de Jubilación.
Tú eras el que machacabas hora tras hora las conciencias, llenabas el mundo de pantallas y rollos de Economía, encadenabas el sentimiento y la razón al ideal del Trabajo sin sentido, y no ya que mataras, sino peor, que hacías llamar a la muerte vida. Y eras por eso tú el odio del pueblo, que jamás se cansaba de maldecir de tí con lo poco que quedara de sentido común y vivo en las lenguas de la gente, al mismo tiempo que a las Personas las engordabas de ilusión y de mentira, y acariciabas y masajeabas a los fieles que, malvendiendo sentimientos y razón, se hicieran ejecutivos a tu servicio; que tú querías que eso vinieran a ser, en sus debidos grados, todos los currantes de la tierra, que, creyendo trabajar para sí cada uno, sólo trabajaban para tí todos. Y a hasta a algunos listos nos engañabas dejándonos creer que podíamos buscarte a tí las vueltas, y no declararnos de verdad a Hacienda y aprovechar los fallos, garrafales y cibernéticos, de tus Poderes, tus Empresas y tu Banca, para hurtarte algunos gozos imprevistos, algunas migajas de placer y de verdad que no hubieran quedado del todo convertidas en tí, en los sustitutos de tus Diversiones, tu Saber y tu Cultura.
Tú, oh Dinero, realidad de las realidades, Dios vacío, Capital de todos los Estados, tú eras el Poder y el arma primera de la Administración de muerte. Y entonces, ¿cómo quieres que no me regocije sólo de pensar que, con desaparecer yo del mundo, vas tú a estallar en la verdad de tu mentira, y que no me parezca ese trueque casi un buen negocio y me sea un consuelo este temblorcillo de venganza del corazón y la razón? ¡Adiós, Dinero! Púdrete y revienta. Ya que no me dejas vivir, que muriendo al menos pueda a tí matarte.
Agustín García Calvo
TURKANA