martes, 16 de septiembre de 2008

LA RESURRECCION DE GEORG FRIEDRICH HANDEL


Al mediodía del 13 de abril de 1737 el criado de Georg Friedrich Händel se encontraba, ocupado en la más peregrina de las actividades, ante la ventana de la planta baja de la casa de Brookstreet. Dejaba que de su corta pipa de barro salieran pompas de jabón en lugar de hermosos aros de humo azul. Había llenado una pequeña escudilla con espuma de jabón y se entretenía lanzando las pompas multicolores desde la ventana a la calle. Cuando, de pronto, el criado se sobresaltó, pues toda la casa se estremeció con un golpe sordo. Los vasos tintinearon. Oscilaron las cortinas. Algo voluminoso y pesado tenía que haber caído al suelo en el piso de arriba. El criado dio un salto y corriendo subió las escaleras hasta el gabinete de trabajo del maestro.

Descubrió a Händel inmóvil, tirado en el suelo, con los ojos abiertos y la mirada fija. Después, cuando se hubo recuperado del primer susto, escuchó un sordo y dificultoso estertor. El corpulento hombre yacía tirado de espaldas, gimoteando.

Desde el piso de abajo llegó Ghristof Schmidt, el fámulo, el asistente del maestro, que acababa de ponerse a copiar unas arias.

-Desnúdale- ordenó Schmidt al criado-. Iré corriendo a buscar al médico.

El Doctor Jenkins escuchaba, indiferente y silencioso. Antes de entrar en la casa, dio una nueva calada a su pipa y con un par de golpecillos sacó la ceniza de la cazoleta.

-¿Qué edad tiene?

-Cincuenta y dos- contestó Schmidt.

-Mala edad. Se ha matado trabajando como un toro. Aunque también es fuerte como un toro.

-¿Qué es?

-Apoplejía. La parte derecha está paralizada.

-¿Y se quedará paralítico?

-Probablemente, si no se produce un milagro.

-¿Podrá al menos volver a trabajar? No puede vivir sin crear.

El doctor Jenkins aún estaba en la escalera.

-Eso, nunca más- dijo en voz baja-. Tal vez podamos conservar al hombre. Al músico lo hemos perdido. El ataque ha llegado al cerebro.

Durante cuatro meses Georg Friedrich Händel vivió sin fuerza, y la fuerza era su vida. La parte derecha de su cuerpo siguió muerta. No podía caminar, no podía escribir, ni con la mano derecha arrancar un solo sonido a las teclas. No podía hablar. Su labio colgaba torcido por el terrible desgarro que había afectado a su cuerpo. Los tendones, los músculos, ya no le obedecían. El hombre en otro tiempo colosal se sentía desvalido, emparedado en una tumba invisible. Por fin, el médico, a la desesperada- el mastro al parecer no tenía curación-, aconsejó que llevaran al enfermo a los baños calientes de Aquisgrán, que tal vez le proporcionarían una cierta mejoría.

En Aquisgrán los médicos le previnieron con insistencia del peligro de permanecer más de tres horas en las aguas calientes. Su corazón no lo resistiría. Podría matarle. Pero la voluntad se arriesgó a morir por amor a la vida y por aquel indomable deseo de curarse. Para horror de los médicos, Händel permanecía metido en el baño caliente durante nueve horas diarias. Y con la voluntad creció en él la fuerza. Una semana después ya podía arrastrarse. Al cabo de la segunda, mover un brazo. Y, prodigioso triunfo de la voluntad y de la confianza, una vez más escapó al abrazo paralizador de la muerte para abarcar la vida, con más ardor, con mayor vehemencia que antes, con esa indecible alegría que sólo el convaleciente conoce. Dueño ya absoluto de su cuerpo, el último día, cuando se disponía a partir de Aquisgrán, Händel se detuvo ante la iglesia. Nunca había sido especialmente piadoso, pero ahora, habiendo recuperado milagrosamente la capacidad de andar, al avanzar hacia el coro, donde se encontraba el órgano, se sintió conmovido por lo inconmensurable. Tanteando con la mano izquierda, rozó las teclas. Y sonó. Sonó de un modo claro y puro a través de aquel espacio receptivo, en quietud. Vacilante, lo intentó la derecha, la que durante tanto tiempo había peramanecido cerrada, encogida. Y, he aquí que, también bajo ella, un acorde resonó como una fuente de plata. Poco a poco empezó a tocar, a improvisar, y la gran corriente le arrastró. Prodigiosos, los sonoros sillares se alzaron y montaron unos sobre otros, invisibles. Espléndidos, ascendían y ascendían por las airosas construcciones de su genio sin sombra, inmaterial claridad, luz sonora. Abajo, las monjas y los fieles, anónimos, escuchaban con atención. Jamás habían oído tocar a un hombre de esa manera. Y Händel, la cabeza inclinada con humildad, tocaba y tocaba. De nuevo había encontrado el lenguaje con el que hablaba con Dios, con la eternidad y con los demás mortales. De nuevo podía componer. De nuevo, crear. Sólo ahora se sintió restablecido.

-He regresado del Hades- dijo orgulloso Georg Friedrich Händel, ahuecando el amplio pecho y extendiendo los poderosos brazos, al médico de Londres, que no podía por menos de admirar aquel milagro de la medicina.

Extractado y adaptado de Stefan Zweig.

TURKANA


1 comentario:

Anónimo dijo...

ni siquiera te molestas en poner el nmbre dl autor ? STEFAN ZWEIG : MOMENTOS ESTELARES D LA HUMANIDAD