Durante más de dos horas los españoles apuñalaron, golpearon y mataron a todos los indios que ahí se encontraban reunidos. Malinalli corrió a refugiarse en un rincón y con ojos llenos de espanto vio a Cortés y sus soldados cortar brazos, orejas, cabezas. El sonido del metal rasgando músculos y huesos, los gritos, los lamentos aterrorizaron su corazón. El bello huipil que portaba pronto quedó salpicado de sangre. La sangre empapaba los penachos de plumas, las ropas, las mantas de los cholultecas; formaba charcos en el suelo. Los morteros y los arcabuces despedazaban a la multitud aterrorizada. Nadie pudo huir. Nadie pudo escalar los muros. Todos fueron asesinados sin que pudieran defenderse.
En cuanto asesinaron a todos los hombres que se encontraban ahí reunidos, se abrieron las puertas del patio y Malinalli huyó horrorizada. En la ciudad, los cinco mil tlaxcaltecas y los más de cuatrocientos cempoalenses aliados de Cortés saqueaban la ciudad. Malinalli los sorteó y corrió despavorida hasta que llegó al río. Era impresionante el odio con el que asesinaban a hombres, mujeres y niños. El templo de Huitzilopochtli, el dios que enfatizaba el dominio mexica, fue incendiado.
El frenesí de asesinatos, saqueo y sangre duró dos días, hasta que Cortés restableció el orden. Murieron en total cerca de seis mil cholultecas. Cortés ordenó a los pocos sacerdotes que quedaron vivos que limpiaran los templos de ídolos, lavaran las paredes y los pisos y, en su lugar, colocaran cruces y efigies de la Virgen María.
Según Cortés, este horror fue bueno para que los indios viesen y conociesen que todos sus ídolos eran falsos mentirosos, que nos los protegían adecuadamente, pues, más que dioses, eran demonios. Para Cortés, la conquista era una lucha del bien contra el mal. Del dios verdadero contra los dioses falsos. De seres superiores contra seres inferiores. El consideraba que tenía la misión sagrada de salvar a todos esos indios de la ignorancia en la que vivían, la misma que provocaba que, según él, cometieran todo tipo de actos salvajes e incivilizados.
Los miles de cadáveres desmembrados, sin vida, sin propósitos tomaron presa el alma de Malinalli. (...)
Malinche
Laura Esquivel
Malinalli, la Malinche, que ofició de "lengua" para Hernán Cortés traduciendo las conversaciones entre Cortés y los aztecas. Fue también la amante de Cortés y dada por éste a su lugarteniente Jaramillo con quien consiguió algo de su anhelada paz, además de un hermano para el hijo que tuvo con Cortés.
Laura Esquivel relata en su novela una época y un tiempo de violencia, ambiciones y religiones manipuladoras y manipuladas. El encuentro entre dos culturas, Europa, Occidente, España y América. España, con sus bocas que arrojan fuego y el arte de la manipulación y la guerra, salpimentados con una ambición desmedida por el oro, la piedra del sol, acaba a través de Hernán Cortés con el imperio azteca. Moctezuma, el último emperador azteca, muere dilapidado por sus propios súbditos o quizá fue asesinado finalmente por los españoles, no se ha dilucidado históricamente este extremo. Como sea, el hecho es que Moctezuma es paradigma de la intromisión moral y religiosa en el poder político. Atenazado por graves responsabilidades ve en los españoles el regreso de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada que representa al dios azteca. En su creencia y por esos azares de la casualidad identifica, en un espejismo fatal para su civilización, a Hernán Cortés con el emisario de Quetzalcóatl que habrá de pedirle responsabilidades por sus sacrificios humanos.
Laura Esquivel construye una novela sensible, amena y con una perspectiva femenina y espiritual sobre el terrible encuentro de dos mundos, tan poco conocido como manipulado por todos.
TURKANA
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