lunes, 30 de julio de 2012

VIAJES INSULSOS



Paseo tranquilo por el casco antiguo de Barcelona con mi perrita Bilma. A ella, a mi y a la correa que nos une nos rodea un ambiente matutino pacificador, respetuoso y amable propio de las primeras horas de un Domingo cualquiera de verano en la ciudad que yace inerme de coches, ruidos, gritos, humos, idas y venidas de personas nerviosas y en definitiva de toda la efervescencia hostil de la cual esta provista durante el transcurso normal del resto de la semana.
El aderezo intenso de la primera luz del día se extiende ya sobre  edificios, calles, árboles, bares madrugadores y locales en tardía vigilia y el sol nítido, soberbio,  reclama su lugar sobre nosotros en su pugna por alcanzar un creciente protagonismo en el transcurso de la mañana. El entramado de calles, estrechas, de empedrado vetusto y trillado permanece impávido al pie de las viejas fachadas que con personalidad propia se alzan desde su base y contornos, manteniéndolo aún protegido y ajeno a la luminosidad circundante que inflige ya un temprano castigo a plazas y  espacios abiertos en las que éste desemboca.
La alternancia de claroscuros resalta durante nuestro paseo la viveza y el sosiego  de los espacios que transitamos y en esa misma alternancia, derivado del contraste entre los unos para con los otros adquieren ambos mayor fuerza en una estrecha relación de toma  y daca y de reciprocidad simbiótica.
De repente unos gritos quiebran el lábil manto con el que aún están cubiertas las calles del corazón de la ciudad. Dos meretrices, posicionadas ya en sus respectivas y perfectamente delimitadas esquinas, irrumpen en escena en un intercambio de toda clase de improperios la una contra la otra con voz grave y reivindicadora. Me asalta la duda de si continúan su jornada tras una noche improductiva o de si inician una nueva a tan tempranas horas. Sea de uno u otro modo permanecen a la espera de la visita de promiscuidades madrugadoras vestidas de soledad, deseo, morbo, necesidad…  Mientras, una vecina del barrio alude para sí misma a lo inoportuno del suceso buscando con la mirada la complicidad de los que pasamos cerca, en realidad no sin cierto regocijo por disponer de un punto de apoyo sobre el cual poder iniciar una conversación e intercambio de pareceres con alguno de los presentes.
La amalgama de olores que emanan del interior de cafeterías, del orín incontenido de quienes han vivido desaforadamente la noche, de la piedra añeja sobre la que caminamos Bilma y yo, de la humedad del musgo que cubre ciertas recónditas esquinas a las que la luz no suele tener el privilegio de llegar y del mismo aire que sutil envuelve a todo el conjunto nos cubre y penetra en nuestro interior en un ejercicio de altanería ante el cual no cabe escapatoria posible.
El mosaico de colores configurado por el azul celeste, gastado, de la camisa de manga corta del señor que impertérrito permanece, con gorra de marinero y ancla tatuada en antebrazo, bajo el umbral de la entrada del bar, el marrón terroso oscuro de las fachadas de edificios y su variante mas opaca derivada de la marca de los orines, el gris claro desgastado y liso de la piedra añeja, el verde oscuro del musgo nos devuelve los olores con mayor intensificación si cabe.
Bilma camina delante de mí y husmea excitada en extremo todo a cuanto le permite acceder la limitada longitud de la correa.
El tacto del aire que nos rodea es denso, cargado, con cuerpo. Es posible sopesar cada centímetro cuadrado del aire que nos rodea.
Toda esta mezcolanza de sensaciones no puede hacer sino recordarme a mi especial amigo. Y es que Guli no mira… ve, no oye… escucha, no toca… siente, no huele… percibe. En definitiva Guli es tan especial porque a diferencia de la gran mayoría de personas no vive… siente.
Guli no tiene estudios, no ha viajado prácticamente, no ha leído muchos libros y comete faltas gramaticales en su discurso bien sea oral o escrito. Sin embargo posee una superdotación que le hace único, especial y magnético a todo aquel que le rodea. No he conocido persona capaz como él de percibir su entorno circundante de manera tan vívida. De percibir con extrema sensibilidad cada detalle por minúsculo que sea si queda al alcance de sus sentidos.
De pensamiento ágil y carácter excesivamente extrovertido parece demandar a personas y espacios el retorno de lo que él vierte sobre ellos en forma de nítidas sensaciones que recibe, percibe y tamiza a conveniencia.
La capacidad sensitiva de Guli para descubrir caracteres e indagar en las profundidades del alma humana es análoga a la que poseía el mismo Fiódor Dostoievsky. Su capacidad para percibir y personalizar espacios, ambientes y paisajes paralela a la del mismo excelso Vargas Llosa.
Días atrás mi amigo Xavi me preguntaba cómo era posible que no viajara, cómo no envidiaba la experiencia de conocer lugares nuevos. Ciertamente constituye una de mis tareas pendientes y ansío ser capaz de no posponerla por mucho tiempo. Sin embargo y pese a conocer a muchas personas que viajan constantemente a lo largo y ancho de todo el planeta, que han visitado la mas variopinta clase de lugares, los turísticos, los desconocidos, los cercanos, los lejanos, los meridionales, septentrionales y trópicos no siento la menor envidia de ellos pero sí de mi amigo Guli porque en el trayecto que va desde su casa hasta el bar de su amigo Luís situado a 10 escasos minutos a pie es capaz de percibir infinitamente mas sensaciones que la práctica mayoría del común de las personas en un destino remoto a 20.000km de su hogar durante la estancia de todo un mes.



Andy

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