martes, 30 de marzo de 2010

LA SOMBRA DEL CIPRÉS ES ALARGADA


La sombra del ciprés es alargada y no cobija a diferencia de la sobra redonda y acogedora del pino. Alfredo, el amigo de Pedro, el protagonista, nunca quiso que le enterrasen a la sombra del ciprés, un árbol recogido sobre sí mismo que no alberga y no exala el dulce aroma de la resina ni el penetrante olor a madera y tierra mojada de las piñas. El ciprés un árbol de navidad invertido, tétrico, con esas diminutas calaveras colgadas que parecen sus frutos.

Una novela de vidas interiores, la de Pedro, Alfredo, Don Mateo Lesmes, Doña Gregoria, Martina. Don Mateo, maestro y tutor. Doña Gregoria, su mujer y Martina, la hija. Vidas interiores amuralladas como la ciudad en la que viven, Ávila. Una ciudad fría, congelada en la historia, cerrada sobre sí misma, cuya esencia es su inmutabilidad.

La novela está dividida en dos partes, Ávila y Barcelona. Aquella es la permanencia y ésta es el cambio, la puerta al futuro. El futuro no tiene porqué ser mejor, aunque será el futuro quien abra las puertas al amor. El amor sensual de unos brazos torneados de mujer. Una mujer católica, como Pedro, ya en su madurez, va a descubrir el amor sensual y el cariño condensados en el matrimonio. Un amor efímero, como la vida, como la felicidad.

No hay concesiones, la felicidad no se mantiene, sólo el dolor, la pérdida y las renuncias son constantes en la novela.


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miércoles, 17 de marzo de 2010

PATAS ARRIBA


ENIGMAS

¿De qué se ríen las calaveras?
¿Quién es el autor de los chistes sin autor?
¿Quién es el viejito que inventa los chistes y los siembra por el mundo? ¿En qué cueva se esconde?
¿Por qué Noe puso mosquitos en el arca?
Las estatuas que faltan, ¿son tantas como las estatuas que sobran?
Si la tecnología de la comunicación está cada vez más desarrollada, ¿por qué la gente está cada vez más incomunicada?
¿Por qué a los expertos en comunicación no los entiende ni Dios?
¿Por qué los libros de educación sexual te dejan sin ganas de hacer el amor por varios años?
En las guerras, ¿quién vende las armas?

POBREZAS

Pobres, lo que se dice pobres, son los que no tienen tiempo para perder el tiempo.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que no tienen silencio, ni pueden comprarlo.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que tienen piernas que se han olvidado de caminar, como las alas de las gallinas se han olvidado de volar.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que comen basura y pagan por ella como si fuese comida.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que tienen el derecho de respirar mierda, como si fuese aire, sin pagar por ella.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que no tienen más libertad que la libertad de elegir entre uno y otro canal de televisión.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que viven dramas pasionales con las máquinas.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que son siempre muchos y están siempre solos.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que no saben que son pobres.

EL LENGUAJE

En la època victoriana, no se podían mencionar los pantalones en presencia de una señora. Hoy por hoy, no queda bien decir ciertas cosas en presencia de la opinión pública:

El capitalismo luce el nombre artístico de economía de mercado;

el imperialismo se llama globalización;

las víctimas del imperialismo se llaman países en vías de desarrollo, que es como llamar niños a los enanos;

el oportunismo se llama pragmatismo;

la traición se llama realismo;

los pobres se llaman carentes, o carenciados, o personas de escasos recursos;

la expulsión de los niños pobres por el sistema educativo se conoce con el nombre de deserción escolar;

el derecho del patrón a despedir al obrero sin indemnización ni explicación se llama flexibilización del mercado laboral;

El lenguaje oficial reconoce los derechos de las mujeres, entre los derechos de las minorías, como si la mitad masculina de la humanidad fuera la mayoría;

En lugar de dictadura militar, se dice proceso; las torturas se llaman apremios ilegales, o también presiones físicas y psicológicas;

cuando los ladrones son de buena familia, no son ladrones, sino cleptómanos;

el saqueo de los fondos públicos por los políticos corruptos responde al nombre de enriquecimiento ilícito;

para decir ciegos se dice no videntes;

el negro es un hombre de color;

donde dice larga y penosa enfermedad, debe leerse cáncer o sida;

repentina dolencia significa infarto;

nunca se dice muerte, sino desaparición física;

tampoco son muertos los seres humanos aniquilados en batalla en las operaciones militares: los muertos en batalla son bajas, y los civiles que se la ligan sin comerla ni beberla, son daños colaterales;

Dignidad era el nombre de uno de los campos de concentración de la dictadura chilena y Libertad la mayor cárcel de la dictadura uruguaya;

LOS NEGROS SON INFERIORES

(Según pensadores de los siglos XVIII y XIX)

Voltaire, escritor anticlerical, abogado de la tolerancia y la razón: los negros son inferiores a los europeos, pero superiores a los monos.

Karl von Linneo, clasificador de las plantas y de los animales: el negro es vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas.

David Hume, entendido en entendimiento humano: el negro puede desarrollar ciertas habilidades propias de las personas, como el loro consigue hablar algunas palabras.

Etienne Serres, sabio en anatomía: los negros están condenados a ser primitivos, porque tiene poca distancia entre el ombligo y el pene.

Francis Galton, padre de la eugenesia, método científico para impedir la propagación de los ineptos: un cocodrilo jamás podrá llegar a ser una gacela, ni un negro podrá llegar jamás a ser un miembro de la clase media.

EL MIEDO GLOBAL

Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo.

Los que no trabajan, tienen miedo de no encontrar nunca trabajo.

Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida.

Los automovilistas tienen miedo de caminar y los peatones tienen miedo a ser atropellados.

La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene de decir.

Los civiles tienen miedo a los militares, los militares tienen miedo a la falta de armas, las armas tienen miedo a la falta de guerras.

Es el tiempo del miedo.

Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo.

Miedo a los ladrones, miedo a la policía.

Miedo a la puerta sin cerradura, al tiempo sin relojes, al niño sin televisión, miedo a la noche sin pastillas para dormir y miedo al día sin pastillas para despertar.

Miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo a lo que fue y a lo que puede ser, miedo de morir, miedo de vivir.

VISTA DEL CREPÚSCULO, al fin del siglo

Está envenenada la tierra que nos entierra o destierra.

Ya no hay aire, sino desaire.

Ya no hay lluvia, sino lluvia ácida.

Ya no hay parques, sino parkings.

Ya no hay sociedades, sino sociedades anónimas.

Empresas en lugar de naciones.

Consumidores en lugar de ciudadanos.

Aglomeraciones en lugar de ciudades.

No hay personas, sino públicos.

Nos hay realidades, sino publicidades.

No hay visiones, sino televisiones.

Para elogiar una flor, se dice: "Parece de plástico".

Texto: Eduardo Galeano: Patas arriba. La escuela del mundo al revés.
Grabado: José Guadalupe Posada

TURKANA


sábado, 13 de marzo de 2010

MIGUEL DELIBES



El tendido de luz desciende del páramo al llano y, antes de entrar en el pueblo, pasa por cima de la nogala de la tía Bibiana. De chico, si los cables traían mucha carga, zumbaban como abejorros y, en estos casos, la tía Marcelina afirmaba que la descarga podía matar a un hombre y cuanto más a un mocoso como yo. Con la llegada de la electricidad, hubo en el pueblo sus más y sus menos, y a la Macaria, la primera vez que le dio un calambre, tuvo que asistirla don Lino, el médico de Pozal de la Culebra, de un acceso de histerismo. Más tarde el Emiliano, que sabía un poco de electricidad, se quedó de encargado de la compañía y lo primero que hizo fue fijar en los postes unas placas de hojalata con una calavera y dos huesos cruzados para avisar del peligro. Pero lo más curioso es que la tía Bibiana, desde que trazaron el tendido, no volvió a probar una nuez de su nogala porque decía que daban corriente. Y era una pena porque la nogala de la tía Bibiana era la única del pueblo y rara vez se lograban sus frutos debido al clima. Al decir de don Benjamín, que siempre salía al campo sobre su Hunter inglés seguido de su lebrel de Arabia, semicorbato, con el tarangallo en el collar si era tiempo de veda, las nueces no se lograban en mi pueblo a causa de las heladas tardías. Y era bien cierto. En mi pueblo las estaciones no tienen ninguna formalidad y la primavera y el verano y el otoño y el invierno se cruzan y entrecruzan sin la menor consideración. Y lo mismo puede arreciar el bochorno en febrero que nevar en mayo. Y si la helada viene después de San Ciriaco, cuando ya los árboles tienen yemas, entonces se ponen chamuscados y al que le coge ya no le queda sino aguardar al año que viene. Pero la tía Bibiana era tan terca que aseguraba que la flor de la nogala se chamuscaba por la corriente, pese a que cuando en el pueblo aún nos alumbrabámos con candiles ya existía la helada negra. En todo caso, durante el verano, el autillo se asentaba sobre la nogala y pasaba las noches ladrando lúgubremente a la luna. Volaba blandamene y solía posarse en las ramas más altas, y si la luna era grande sus largas orejas se dibujaban a contraluz. Algunas noches los chicos nos apostábamos bajo el árbol y cuando él llegaba le canteábamos y él entonces se despegaba de la nogala como una sombra, sin ruido, pero apenas demontaba lanzaba su "quiú, quiú", penetrante y dolorido como un lamento. Pese a todo nunca supimos en el pueblo dónde anidaba el autillo, siquiera don Benjamín afirmara que solía hacerlo en los nidos que abandonaban las tórtolas y las urracas, seguramente en el soto, o donde las chovas, en las oquedades del campanario.

Con el tendido de luz, aparecieron también en el pueblo los abejarucos. Solían llegar en primavera volando en bandos diseminados y emitiendo un gargarismo cadencioso y dulce. Con frecuencia yo me tumbaba boca arriba junto al almorrón, sólo por el placer de ver sus colores brillantes y su vuelo airoso, como de golondrina. Resistían mucho y cuando se posaban lo hacían en los alambres de la luz y entonces cesaban de cantar; pero a cambio, el color castaño de su dorso, el verde iridiscente de su cola y el amarillo chillón de la pechuga fosforecían bajo el sol con una fuerza que cegaba. Don Justo del Espíritu Santo, el cura párroco, solía decir desde el púlpito que los abejarucos eran hermosos como los Arcángeles, o que los Arcángeles eran hermosos como los abejarucos, según le viniera a pelo una cosa o la otra, lo que no quita para que el Antonio, por distraer la inercia de la veda, abatiese uno un día con la carabina de diez milímetros. Luego se lo dio a disecar a Valentín, el secretario, y se lo envió por Navidades, cuidadosamente envuelto, a la tía Marcelina, a quien, por lo visto, debía algún favor.

Viejas historias de Castilla la Vieja


Miguel Delibes ha muerto. Siento en el alma la muerte de Delibes por muchas razones, casi todas unidas al sentimiento. En rigor, quizá no sea posible separar razones y sentimientos. Delibes ha sido un hombre bueno, sensible e inteligente. Ha sido uno de los más grandes escritores españoles de todos los tiempos. El más grande escritor de Castilla, lo castellano y los castellanos. Ha sido el alma de una Castilla casi, hoy, fenecida. Con él ha muerto un poco más Castilla. Los castellanos se sienten hoy huérfanos y, en lontananza, sólo esperan el milagro de la inminente primavera.

Delibes supo interpretar, sentir, recrear y copiar y transcender la esencia de Castilla, su historia, sus campos desolados, la sementera y el barbecho, el rastrojal, el viento, las tormentas, los sotos, alcores y oteros, cárdenos y amarillos cadmio, el siena tostado de la meseta, la perdiz, la trucha, el pardal y el tordo...

Ha narrado como nadie antes jamás lo hizo la tragedia de los castellanos, la emigración que desertiza los campos y asola los pueblos, el escepticismo ancestral de sus hombres, la sumisión y la fuerza de sus mujeres, la ingenuidad y el mimetismo de sus niños, el caciquismo de sus políticos. Enfin, el abandono centenario de Castilla una tierra mágica en medio de las heladas invernales y los torrados veranos. Vislumbrada entre la baja niebla a girones y columbrada en las horas de la siesta llenando el horizonte de espejismos.

Delibes ha sabido trasladar el lenguaje de Castilla a sus novelas y textos. Un castellano que tiene tampoco que ver con el español como el catalán o el gallego. O tanto, según se mire. Una lengua castellana sublime y viva, ajustada a la tierra, a los pueblos, a sus gentes sencillas. Un castellano que ya no se habla pero que seguirá vivo muchas generaciones en el inconsciente colectivo de los que nacimos en esa maravillosa tierra, querida y vilipendiada.

Es imprescindible leer a Delibes, degustarlo y amarlo. Sus textos deberían ser modelo en las escuelas por el uso magistral que hace de la lengua, por las ideas y sensibilidades que contienen, por el inmenso amor a la naturaleza que rezuma en toda su obra.

Gracias, Miguel Delibes.
(fotografía: Turkana)

TURKANA

viernes, 12 de marzo de 2010

AL ESTE DEL EDÉN


En los asuntos humanos donde hay peligro y hay que andar con cuidado, un final puede verse seriamente comprometido por la prisa. Muy a menudo los hombres tropiezan y caen a causa de excesiva precipitación. Para realizar como es debido cualquier acción difícil y sutil, es preciso considerar ante todo la finalidad a la cual se tiende, y luego, cuando esa finalidad ya aparece como deseable, entonces es preciso olvidarla por completo y concentrarse única y exclusivamente en los medios que conducen a ella. Gracias a este método, ni la prisa, ni el temor, o la ansiedad, pueden originar acciones erróneas. Muy pocas personas son capaces de comprender esto.

Lo que hacía a Kate tan eficaz, era el hecho de que o bien ya lo había aprendido, o había nacido con ese conocimiento. Kate jamás tenía prisa. Si surgía a su paso una barrera esperaba a que desapareciese antes de proseguir adelante. Era capaz de completa relajación entre los momentos en que debía actuar. Era también maestra en una técnica que es la base de la lucha eficaz, y que consiste en dejar que el adversario haga los mayores esfuerzos con lo que conducen fatalmente hacia su propia derrota, o bien encauzando su propia fuerza contra su propia debilidad.

Kate no tenía prisa. Pensaba rápidamente en el fin propuesto, y luego lo apartaba de su mente, para ponerse a trabajar según su método. Construía una estructura y la atacaba, y si ésta mostraba la más leve debilidad, entonces la echaba a tierra y volvía a empezar. Esto sólo lo hacía a horas avanzadas de la noche, o cuando se hallaba completamente sola, para que en su expresión no se mostrase ninguna preocupación o ningún cambio. Su edificio estaba construido por personas, materiales, conocimientos y tiempo. Ella tenía acceso a las primeras, y al último, y luego emprendía la búsqueda del conocimiento y los materiales, pero mientras hacía eso ponía en movimiento una serie de imperceptibles hilillos y péndulos, y los dejaba que escogiesen sus propios momentos.

John Steinbeck, nacido en Salinas, California en 1902 y Premio Nobel de Literatura en 1962 tiene un estilo narrativo cercano a la crónica y caracterizado por su sencillez. Sus grandes novelas, Las uvas de la ira, La perla y Al este del Edén fueron llevadas al cine con gran acierto por John Ford, Emilio Fernández y Elia Kazan.

Al este del Edén es una novela-mundo, una de esas pocas novelas redondas, acaba perfectamente en su trama y con unos personajes perfectamente delineados. Personajes de sagas familiares por los que pasa el tiempo, tienen hijos y mujeres, ambiciones, azares y sueños.

Kate es uno de esos personajes femeninos de un gran sutileza psicológica en la que se dan puros sentimientos perversos o moralmente más que reprobables. Pero la maldad que Steinbeck le otorga no es un rasgo de artifico literario. Es real, posible y constituye, una fiel copia de la experiencia. Kate existe realmente y si Steinbeck se la encontró nada tendría de particular. Aunque posiblemente la creó sobre la base de su conocimiento de las personas y del carácter femenino, en este caso.

Kate es la Niña Mala de Vargas Llosa. Una mujer incapaz de amar que, sin embargo, suscita grandes amores en hombres buenos, apasionados, románticos. Esta forma particular de maldad casi es exclusiva de las mujeres o bien se da con mayor frecuencia en las féminas porque requiere una inteligencia fría en la que uso del tiempo y la habilidad para fragmentarse, enquistarse y percibir el entorno en tres dimensiones es muy propia de las mujeres. La belleza y el atractivo físico de este tipo de mujeres egocéntricas y sin las ataduras genéticas de la maternidad y la entrega amorosa las ayuda para convertise en eficaces depredadoras de los hombres. Son matis terriblemente peligrosas y han dado asesinas puras, desde las envenenadoras hasta las inductoras de los más grandes crímenes y suicidios.

Nos queda la duda irresoluta de si Kate se ha hecho así a lo largo de la vida, ha aprendido este comportamiento o es que nació de esta manera, con tales terribles rasgos. Es muy probable que Kate tenga en realidad una incapacidad patológica, cerebral, para el amor, para la empatía, para percibir la belleza de la vida, la ilusión sencilla, la bondad, el lado blanco y bueno del alma humana. No es un demonio porque éste conoce a la perfección el lado bueno, la verdad y la belleza y por eso la ataca, la confronta y la rebate para instalarle enfrente el lado oscuro, la perversión, sin la que la santidad es el sueño de los idiotas. Sólo es posible la libertad del ángel caído. Por eso, Kate es libre, poseedora de una extrema libertad a la que sólo le falta poder elegir, por una vez aunque sea, el amor. Pero no del todo en la maravillosa novela de Steinbeck porque el final de Kate es una acción que desenlaza otra en la que sólo cabe el arrepentimiento o la debilidad de una circunstancia vital que no sabemos hasta qué punto la ha condicionado.

Es necesario leer esta gran novela, degustarla en su lirismo que nos trasnporta al valle de Salinas en California, a sus flores, a sus lluvias y a sus sequías, a sus hombres esforzados, a las guerras y las nubes, a las familias, lo rural y lo urbano, siempre presentes en la literatura americana. Que nos transporta al progreso de los Estados Unidos, a su religiosidad, al dinero, la empresa, el ejército, la política. Al encuentro con uno mismo en la soledad de los rincones de la vida. Es, también, un canto al amor. Pero forzado es decir que en John Steinbeck el amor siempre pierde ante el desamor. No hace concesiones a la vida amarga, al hacha mortífera que cercena lo bello y lo sublime del maravilloso tramo de vida que nos ha sido dado experimentar.

TURKANA