He venido al silencio de la aldea en invierno.
Los chopos de la vega, desnudos, más permiten
que penetre la luz, plateada, en su ámbito.
Las laderas del fondo, las masas de robles,
bermejas y encogidas, aclaran su horizonte.
Como una sombra fría llegando al corazón,
hay algo de aterido sobre esta piedra antigua
a pesar de la vasta invasión de la luz.
El frío ya es un bloque cuando empujo la puerta
de la vieja morada cuya ruina subraya
fría luz que se adentra por todos los rincones:
el menaje quebrado, el polvo en la alacena,
el escaño encerado por el uso y gastado,
el hogar con la fría ceniza de otro tiempo...
El tiempo, como un lobo, tuvo aquí su guarida
sin que nadie frenara su colmillo insaciable.
Recuerdos imborrables gimen por las esquinas
que, de pronto, suscitan las más queridas sombras.
Sin duda gritaría como un loco furioso
mientras todas mis sombras se concitan con frío,
cuando advierto ceniza que fue tibia y aún brasa,
al ver amortecidas tantas ramas en torno
al sentir predominio final de este silencio.
Sin duda gritaría como un loco furioso
si no anidara en mí rescoldo de esperanza.
No grito, pero el llanto se congrega en mis párpados
mientras la niebla fría se adueña del espíritu.
Alfonso Prieto Prieto
TURKANA
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