martes, 14 de agosto de 2012

LA VEJEZ




Una mujer vieja va en un tren. En realidad no sabemos si va o viene de alguna parte. Si hubiera sido previsora cuando entró en el compartimento se habría sentado de cara al sentido de la velocidad. Así que es probable que vaya a alguna parte. Sabemos que ir o venir no dependen de otra condición que de nuestro ánimo. Para determinar si vamos o venimos miramos con los ojos del alma. Pero siempre que se va hacia alguna parte se deja atrás otra. Esta mujer vieja ha dejado atrás ya muchas cosas y hacia la que vaya siempre tendrá algo de provisionalidad. En la vejez todo es ya muy provisional. El futuro es muy estrecho y en este momento, para esta mujer, su futuro se va ajustando a los límites precisos de su cuerpo. Un cuerpo desdibujado, erosionado. Si estuviera pensando algo con los ojos cerrados, al menos fugazmente podría haber intuido hace un instante el amplio horizonte que tenía cuando niña. Pero queda tan lejos su infancia que ya parece irrealidad. Aquella niña que fue apenas le pertenece. Ha pasado tan rápido la vida. Como el paisaje en la ventanilla, borroso. La velocidad del tren apelmaza los colores. Tampoco le importa. Miró fugazmente, al sentarse, la ventanilla sin curiosidad. Desde hace años mira más dentro de sí que fuera. El mundo le hiere. La realidad le invade, por eso se repliega. Necesita sentir su mano sobre el pecho. Ha cerrado los ojos y no piensa nada, sólo un duermevela.
Es un contraste la velocidad de la ventanilla del tren con su vida lenta. Un fuerte contrapunto, por eso al verla sabemos que sobre esta mujer vieja se cierne alguna amenaza. Podemos imaginarla sentada en una silla de enea a la puerta de su casa, en el pueblecito que nació. Sin embargo ha tenido que dejar su casa y aventurarse al mundo, coger un tren y sentarse, casi invisible, frente a esa ventana. Está sola. Puede que vaya más gente en el compartimento, pero a nadie le importa, está sola. Su marido murió hace muchos años. Su vida ha sido difícil. No tiene apenas dinero, su ropa es pobre. Su cara denota sufrimiento, tristeza. Hace demasiado tiempo que no ríe. Ya no sabe reír.
La vejez es como una casa recien deshabitada, aún perduran estremecimientos y como presentimientos de los objetos y las cosas que recuerdan las formas de quienes la habitaron. Con nuestras costumbres impregnamos de carácter los muebles que utilizamos y hasta los huecos que ocupamos con la forma concreta de nuestros cuerpos. Como los trajes del difunto que la viuda condolida repasa con cariño rememorando a su marido vivo en la forma impresa en la tela. Hasta mismamente su olor en el entramado.
La soledad. La vejez es un camino hacia la soledad. Hacia el ensimismamiento. Un regreso a la postura fetal. Como un parto inverso de la vida. Morir es eso, nacer inversamente a la vida.
La vida, un tramo demasiado corto entre muerte y muerte.
Sin embargo, la vida es una infinita victoria a la muerte. Aunque para esa victoria necesite crear el tiempo. Este es el artífice de la vida, la muerte su freno.
Yo deseo que esta mujer vieja, dentro de unas horas, llegue a una estación y baje al andén donde hace más de una hora la espera su familia, sus hijos, sus nietos, su casa y su marido viejito, con achaques propios de la edad, pero claro de cerebro. Ella cogió ese tren de largo recorrido aprovechando que pasa por su pueblo y la capital. Nada más. Es feliz. Aunque sólamente sea que es feliz porque es inocente.

TURKANA

Author: Alex



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