El niño que fui no vio el paisaje tal como el adulto en que se convirtió estaría tentado de imaginarlo desde su altura de hombre. El niño, durante el tiempo que lo fue, estaba simplemente en el paisaje, formaba parte de él, no lo interrogaba, no decía ni pensaba, como estás u otras palabras: "¡Qué bello paisaje, qué magnífico panorama, qué deslumbrante punto de vista!". Naturalmente, cuando subía al campanario de la iglesia o trepaba hasta la cima de un fresno de veinte metros de altura, sus jóvenes ojos eran capaces de apreciar y registrar los grandes espacios abiertos ante él, pero hay que decir que su atención siempre prefería distinguir y fijarse en cosas y seres que se encontraban cerca, en aquello que se pudiera tocar con las manos, también en aquello que se le ofreciese como algo que, sin tener conciencia de eso, urgía comprender e incorporar al espíritu (excusado será recordar que el niño no sabía que llevaba dentro de sí semejante joya), ya fuera una culebra reptadora, una hormiga levantando al aire una raspa de trigo, un cerdo comiendo en la artesa, un sapo bamboleándose sobre las patas torcidas, o también una piedra, una tela de araña, el surco de tierra levantada que deja el hierro del arado, un nido abandonado, la lágrima de resina seca en el tronco del melocotonero, la helada brillando sobre las hierbas a ras del suelo.
...
Ya no existe la casa en que nací, pero ese hecho me resulta indiferente porque no guardo ningún recuerdo de haber vivido en ella. También ha desaparecido en un montón de escombros la otra, la que durante diez o doce años fue el hogar supremo, el más íntimo y profundo, la pobrísima morada de mis abuelos maternos, Josefa y Jerónimo se llamaban, ese mágico capullo donde sé que se generaron las metamorofis decisivas del niño y del adolescente. Esta pérdida, sin embargo, hace mucho tiempo que dejó de causarme sufrimiento porque, por el poder reconstructor de la memoria, puedo levantar en cualquier momento sus paredes blancas, plantar el olivo que daba sombra a la entrada, abrir y cerrar el postigo de la puerta y la verja del huerto donde un día vi una pequeña culebra enroscada, entrar en las pocilgas para ver mamar a los lechones, ir a la cocina y echar del cántaro a la jícara de latón esmaltado el agua que por milésima vez me matará la sed de aquel verano. Entonces le digo a mi abuela: "Abuela, me voy a dar una vuelta por ahí". ...
La memoria, esa mariposa de alas tenues, una tarde, la Geria, cerca, la Asomada, Lanzarote. Sopla un viento suave, en el aire suspendida una atmósfera de partículas elementales que han volado un brazo de océano Atlántico desde el Sahara, un camino de polvo entre la lava petrificada del Timanfaya, la Geria, cerca de El Grifo, las malvasías son lágrimas cárdenas, en sus pozos de ingenio maduran entre el rocío de la mañana y el tibio calor de la tarde, un lagarto de Haría culebrea entre las vides y se esconde tras la carbonilla, al resguardo último del calor, veo los ojos de Saramago, ensimismados, ávidos de saber, siente, presiente, no puede presentir aunque intuye que siete años después escribiré ese momento, lo sacaré de mi memoria impregnando mis dedos del polvillo multicolor de la mariposa de alas tenues.
José Saramago
"Las pequeñas memorias"
TURKANA
1 comentario:
Me encantaría que alguien me ayudara a publicar mi libro al cual adoro y aprecio muchísimo (no tengo los recursos económicos suficientes como para estar pagando editoriales).
Tengo diecisiete años, y vivo en la Argentina.Mi página web es: http://www.wix.com/misaga/LaDinastiadeBellwoods
Publicar un comentario