domingo, 26 de abril de 2009

LISBOA, LA DESTILACIÓN DEL FADO
































Conviene pasear Lisboa al atardecer, pasear sus calles altas cuando la luz cae al bies desde los ventanales hasta los adoquines. Toda la ciudad está empedrada, no es recomendable que las mujeres lleven tacones altos, pero si a pesar de todo se arriesgan y si no llueve, que acrecienta el riesgo, sus andares remarcan la feminidad y, ya se sabe, ésta siempre es un riesgo.


Lisboa no es sólo sus espacios urbanos, amplios y monumentales, recogidos, recoletos y arrinconados, hechos todos a la medida de la mirada humana, del paseo y el deleite cadencioso, es más que eso. Lisboa es la medida humana en la piedra. Lástima que esa medida humana esté hoy ignorada. Todo en Lisboa está hecho a la medida humana, si acaso no lo están sus cuestas, pero ellas son el embrujo recorrido por los tranvías, aupado y bajado, una luz amarilla que sale de la niebla, cristales salpicados de lluvia. Una estudiante aprieta sobre su pecho incipiente sus apuntes de Historia del Arte, en sus pupilas se destilan melancolías, un ángel bate sus blancas alas reflejadas en los altos ventanales.


Y de noche, la luz. La luz de oro afelpado y viejo. Goterones de oro fundido sobre los vetustos edificios, penumbras y deslumbres. En la oscuridad, sobre el frío del pavimento caligrafiado dormitan borracheras y marginaciones demasiados mendigos. Unos excluidos sociales que son tan tímidos como los portugueses,que guardan la relación de la decadencia nacional en su marginación. El alma triste y desencantada de portugal está impresa en los ojos de los lisboetas que parecen pasar por la vida como esquivándola. Sin embargo, qué preciosa ciudad, qué maravilla, qué romántica, que acogedora, qué río, el Tejo, Tajo, qué río, qué desembocadura.


Uno piensa que Lisboa está muy mal aprovechada. Tiene todos los ingredientes para ser promocionada como cualquier otra ciudad, si no mejor, europea, pongamos Praga. Tiene arte, historia, existe para ser paseada, tiene un magnífico metro, pequeño eso sí, pero limpio y eficaz. Lisboa tiene música, tiene comida y, ¡vaya comida! y ¡vino!. Tiene todo para unos días románticos, para una luna de miel, porque el fado no es triste. Es triste, pero la tristeza se lleva en el alma y no tiene porque llevarse la tristeza a Lisboa.


...ay, Pesoa, Pesoa...Lobo Antunes...Saramago...



TURKANA





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