lunes, 12 de enero de 2009

DE MOSCAS Y CEBRAS


Seguramente muchas personas se han preguntado alguna vez la razón por la que las cebras tienen rayas e, igualmente, es probable que pocas sepan la auténtica razón. Entre las personas bien informadas en otros ámbitos o, incluso, con alto nivel educativo el desconocimiento de este hecho puede ser llamativo, al menos para cuestionar ese nivel educativo que recibimos de la enseñanza estandarizada.

Será el sector de población con estudios biológicos y antropológicos el que detente la explicación de este fenómeno tan interesante e importante. La importancia del rayado de las cebras se determina por una conclusión insólita y alejada por completo de cualquier fantasía que se pudiera inventar. Las rayas de las cebras son el hilo argumental del trenzado que explica la aparición y desarrollo del homo sapiens.

Por supuesto, que se han intentado explicaciones a este fenómeno del tipo que suele utilizar la psicología y con los mismos errores de perspectiva en los que suele caer en tantos objetos de su estudio. Errores de subjetividad, de perspectiva, de apriorismo, de incontratabilidad, de no someterse a la falsabilidad, en definitiva, de falta de rigor científico.

En estas falsas "demostraciones" los sujetos implicados son las cebras, como presas, y los felinos, los leones, como depredadores. En su lógica el rayado de estos caballos dificultaría la visión de los felinos. Dificultad individual en el ataque o dificultad de elección en la presa dentro de la manada. Parece una explicación, o parecía, tan plausible que se acepta sin reservas.

En la naturaleza las cosas no suceden de forma tan sencilla y en ella, normalmente, lo que aparenta no suele ser lo que es y, mucho menos, lo que deseamos o con lo que nos conformaríamos suele ni acercarse a lo que es. Así que el rayado de las cebras tiene una explicación mucho más sutil, con varios factores implicados y constituye la narración de una historia apasionante que se desarrolla en un tiempo y en un espacio que abarca sobre dos millones de años.

Intentaré la narración de estos hechos que considero tan curiosos e interesantes.

Las cebras sólo viven en África, al sur del Sahara. Llegaron a África y se instalaron en ella durante la edad del hielo. Al igual que todos los caballos, deben de proceder de predecesores norteamericanos, y sin duda alguna no pudieron abandonar su origen hasta que las condiciones de la edad del hielo hicieron posible el paso a través del estrecho de Bering. De los fósiles de aquellos caballos no se desprende si eran rayados o no. Revelan que las características del esqueleto de caballos y cebras eran idénticos en aquella época.

¿Serían las rayas un camuflaje contra los leones? Desde luego, éstos deberían tener ojos de lo más inusuales para no reconocer a las cebras a causa de las rayas. Y, por supuesto, eso no es cierto. Al fin y al cabo, nosotros, los humanos, procedemos de modo opuesto. Los pasos de cebra de las calles sirven para resaltar una zona determinada con la mayor claridad posible, y no para camuflar las calles a los peatones.

No todas las cebras son iguales. Las rayas difieren entre cebra y cebra. Al igual que las huellas dactilares confieren individualidad, las rayas de las cebras podrían servir para que estos animales se reconociesen unos a otros. Pero los caballos no rayados se reconocen con suma facilidad sin necesidad de rayas. No debemos olvidar que existían cebras que habían perdido su rayado, o por lo menos había sido reducido al mínimo. Sólo la cabeza presentaba un dibujo claro. Se trataba del famoso cuaga, que vivía en grandes manadas en El Cabo. Los bóers las exterminaron por completo. Sólo un par de animales disecados de museo dan fe de la existencia de una cebra que casi no era una cebra.

Existen únicamente otros dos tipos de cebra: la cebra de Grevy y la cebra de Burchell, la primera con las rayas mucho más estrechas que la segunda. No existe una sola cebra que aparezca en tres formas distintas, sino tres especies diferentes.

Las rayas de las cebras se deben a que hay áreas sin pigmentación. El pigmento, la melanina, responsable del color oscuro del pelo, no se deposita de forma homogénea sino de forma alternante, a veces con intensidad, lo cual provoca la aparición de rayas oscuras, y a veces de un modo muy débil, con lo que aparecen las rayas blancas. En su origen las cebras eran oscuras uniformemente y sucede, que para la aparición de las rayas debe reprimirse el depósito del pigmento en determinadas zonas.

Ya sólo nos resta aclarar la función de las rayas.

El científico británico Jeffry Waage, especializado en el estudio de las moscas, dio un giro insospechado a la discusión relativa a la importancia de las rayas de las cebras. Viajó a África occidental para determinar el alcance de la infección de los animales salvajes con los agentes patógenos de la epidemia de nagana, tan peligrosa para el ganado.

Los tripanosomas son transmitidos por la mosca tsetsé. Jeffry encontró agentes patógenos en elefantes, búfalos y leones, en ñúes, en todos los antílopes y gacelas. Sólo una especie frecuente de las praderas estaba exenta de dichos agentes: se trata de las cebras.

Este descubrimiento resultaba especialmente curioso, porque todo aquel que trata con caballos en la zona de la tsetsé sabe que se vuelven locos cuando los pica tan sólo una de estas moscas. Como es bien sabido, los caballos utilizan la cola para librarse de las molestas moscas y ahuyentanlas. Los pelos largos y parecidos a látigos de la cola son tan firmes que pueden partir a un insecto en dos con un solo golpe. Los caballos también se sirven de espasmos de gran precisión para ahuyentar a los tábanos. Ninguna de estas estrategias sirve a los caballos normales para librarse de las tsetsé. Así pues, ¿por qué precisamente las cebras se libran del ataque de las moscas tsetsé? Por las rayas. Las rayas no camuflan a las cebras de los ataques de los leones, sino contra las moscas.

¿Cómo es la mosca tsetsé?

Para el ojo de la mosca tsetsé el cuerpo de la cebra se disuelve en una serie de rayas blancas y negras que van separándose. A estas moscas no les sirve para nada un dibujo a rayas, ya que no coincide en absoluto con su concepto de fuente de alimento atractivo. Para ellas lo atractivo es un cuerpo que se desplaza con lentitud y se recorta con nitidez contra el horizonte claro, como sucede con el ganado que pasta. Las moscas tsetsé sólo existen en África, al sur del Sahra. Y no existen en ningún otro lugar de la Tierra.

Las moscas tsetsé son muy fuertes. Poseen una trompa aguijón con la que atraviesan la piel de los homeotermos y succionan su sangre. Antes, sin embargo, dejan caer un poco de saliva en la zona de la picadura, la cual impide que la sangre se coagule mientras la mosca succiona. Esta saliva es la causa de que la picadura escueza.

La mosca tsetsé transmite diminutos parásitos sanguíneos. Son organismos unicelulares llamados tripanosomas, que se multiplican en la sangre. Uno de los tipos de tripanosomas provoca en los seres humanos la aparición de la enfermedad del sueño, mientras que otro causa en el ganado y en los caballos la enfermedad conocida como nagana. Claro que muchos de los animales de los que se alimenta la tsetsé están inmunizados, pero no lo están los domesticados.

Estas moscas no desarrollan larvas autónomas e independientes, como sucede en el caso de la gran mayoría de moscas; tampoco ponen huevos. El desarrollo de la larva ya se produce en el seno de la hembra fecundada. La larva crece en el seno materno bien protegida por un embrión contra las inclemencias del tiempo. Al nacer la mosca necesita un lugar bastante húmedo. La humedad es necesaria para que la envoltura de la pupa no se seque ni se endurezca con demasiada rapidez.

La mosca recién transformada todavía es blanda. Va estirándose de un modo paulatino y en el transcurso de las horas siguientes su cuerpo se endurece. La quitina es especialmente resistente y elástica en las moscas tsetsé. Parecen estar hechas de un plástico duro extremadamente elástico. Ello proporciona dos ventajas a estas moscas. Resisten los intentos de los animales salvajes de matarlas a golpe de cola y una vez introducido el aguijón ya resulta muy difícil ahuyentarlas, porque son lo suficientemente duras como para resistir los golpes de los pelos de la cola. Además no se secan tan deprisa como otras moscas.

Tienen unos ojos tan enormes que parece que se les van a salir de la cabeza. Dichos ojos se componen de miles de pequeños ojos que en conjunto posibilitan una visión de casi trescientos sesenta grados. Gracias a su estructura en forma de bola son muy útiles a la hora de captar movimientos. Estos ojos son especialmente adecuados para distinguir siluetas oscuras que se mueven en el horizonte del campo de visión. Estos ojos captan movimientos lentos, como son los de los animales herbívoros.

La circunstancia decisiva reside en que los caballos no llegaron de África hasta la edad del hielo, es decir, hace menos de dos millones de años. Lo que supone una décima parte del tiempo que dispusieron los rumiantes africanos para alcanzar un equilibrio con los tripanosomas, es decir, para inmunizarse contra ellos. Es este un tiempo demasiado breve como para adptar funciones esenciales de su fisiología. El desarrollo de un camuflaje especial les resultó, con toda seguridad, más sencillo.

El nicho ecológico de unos y otras es muy marcado y delimitado. Es allí donde se ejerce esta presión selectiva. Una vez desaparece esta presión selectiva permanente, las rayas empiezan a disolverse y a limitarse a las zonas en las que se precisan para un comportamiento social normal, es decir, a la cabeza.

Pero, ¿qué relación puede haber entre todo este estado de cosas, ya sorprendente por sí mismo y la aparición del homo sapiens?

Para resolver este dilema podemos empezar por leer el muy bien trabado libro divulgativo en tal sentido "La aparición del hombre", de Josef H. Reichholf

TURKANA

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