jueves, 21 de mayo de 2009

RAZONES PARA VIVIR EN LA NOCHE DEL TAMARINDO


"...si al menos existiera una razón para vivir, se dijo. Una sola. Con una bastaría. ¿Acaso no podría encontrar una razón para seguir viviendo? Con una única bastaría. ¿Pero cuál?"...No sería ni dinero, lo tenía todo. Ni poder, el que deriva del dinero. Tampoco sexo, el que se compra con dinero. No sería amor. Se tiene o no se tiene. Y esto no depende del dinero, a menos que se autoengañe. Y el que se compra con dinero no es amor.
"...El miedo a morir, sí; ésa podía ser una excusa. Una excusa, pero no una razón. O la curiosidad por el futuro, siempre existe el deseo de saber lo que va a suceder, lo que ha de venir...Pero tampoco era una razón: todo lo que sabía del porvenir era tan oscuro como aterrador.

Una razón, sólo una razón...Necesitaba encontrarla para alejar aquel doloroso metal frío de su lengua, un órganos que se apartaba a su contacto con el instinto del caracol que se esconde en su concha al presentir el peligro.

Tenía que haber razones..., tenía que encontrar las suyas..., una razón al menos...

¿Pero cuál?

La vida. Sí, desde luego la vida no era sólo una razón: era una obligación...Porque tal vez fuera una mierda, pero al fin y al cabo era lo único que tenía. Esa podía ser una primera razón.

La vida y tal vez..., sí, algunas personas que había conocido...Había personas por las que se merecía vivir, a las que había valido la pena conocer...Había gente estupenda con la que se podía disfrutar de una buena compañía...¿Por qué no iba a encontrar más personas como ellos?

Pero también había emociones y deseos por los que la vida merecía vivirse...La propia Marcha Radetzky, desde luego, que convertía en una inundación de alegría universal la siempre nevada mañana vienesa. Aquella música y también el Adagio de Albinoni..., por supuesto. Y los girasoles que pintó Van Gogh...Y..., bueno, si continuaba pensándolo había un buen racimo de motivos para gozar y sentirse bien antes de que los huesos se volvieran al polvo; leer de nuevo a Dostoievsky, escuchar otra vez a Plácido Domingo, sentarse a contemplar un amanecer en el Mediterráneo, desayunar en el parisino Café de Flore, la pequeña Verónica...

Muchas cosas, sí, claro, repetía; muchas, por supuesto: la risa de un niño, dormir abrazado, el parque del Retiro la mañana de un lunes, oír llover desde la cama, el aroma de un horno de pan, sentir la mirada del deseo en la persona elegida, un nuevo y gran amor...

Caminó sin prisa por la Wipplingerstrasse hasta la Börseplatz. Tenía toda la vida por delante y haría todo aquello que alguna vez había deseado y nunca tuvo tiempo de hacer: aprender buceo en Dakar, un curso de piloto de helicópteros en Singapur, otro de repostería en un convento de San Millán... En la Börseplatz giró a la izquierda por la Rockhgasse y se adentró por la Helferstorferstrasse. Esgrima, surfing, paracaidismo...También se doctoraría en Economía en la Universidad de Cambridge, nunca tuvo ocasión ni calma para escribir una tesis doctoral...

La vida, después de todo, no era una cebolla, sino una rosa, y no se envolvía en capas que arrancar sino en pétalos que deshojar. Y al final de los pétalos, al final del aromático corazón de la corola deshojada, se encuentran los estambres y los pistilos formados por mil pequeños órganos productores de polen, innumerables granos de polen que son las minúsculas semillas que guardan una promesa cada una. La vida es una rosa que brota y se cubre de hermosos pétalos de color para encubrir la continuación de la vida. Continuar la vida. Y desde aquel momento la iba a vivir de verdad. Libre, sin temerla ni temerse a sí mismo. Sin miedos..."

Extractado de la novela La noche del Tamarindo

Autor: Atonio Gómez Rufo

TURKANA

sábado, 9 de mayo de 2009

DOS GARDENIAS


La noche es proclive a las confidencias, pocas palabras y muchas miradas enamoradas. La música de un bolero ondula, se derrama por la ventana y se hilvana entre las flores lobuladas del flamboyan. Colores naranja de mandarinas ideales y pétalos encendidos de rojo pasión tiemblan un momento por una brisa transparente surgida de un océano más antiguo que la vida. Un olor denso de trópico orgánico se pega a la piel y los tegumentos. La noche tropical respira como si fuera un inmenso animal en el momento justo de su procreación. No existe distancia infinita entre las estrellas y el mar oscuro. Los reflejos fragmentarios sobre las olas de la noche encendida de puntitos parpadeantes son las mismas estrellas. Nadan las estrellas en el abismal cuerpo de agua oscura que respira como la noche. Susurra la marea, dócil y cariñosa, en la arena de las playas con la cadencia del bolero.

Miradas entregadas, labios entreabiertos y sesgos de colores entre la menta y el cuchillo de los cristales. Ron, Sombra y luz, en un juego de océano y cielo, de agua y noche. El alma embalsada en los manglares de la melancolía. Y la piel tibia y abierta a la noche del trópico. Cinco dedos son diez, diez son veinte. Veinte bocas sedientas de sudores y flujos entre las flores naranjas y rojas del malinche. Una derrama en torrente de anhelos compartidos segregada por el tamarindo y el denso esperma vegetal de las magnolias. Palabras. Palabras a medias. Palabras no pronunciadas, palabras no pensadas. Palabras, palabras olvidadas antes de ser pronunciadas, olvidadas antes de ser pensadas. Pensamientos informulables, sentimientos. La música del corazón. Dos cerebros fosforescentes se encienden, éfimeros, en la noche densa. La brisa del océano, el suave viento de la noche del trópico aviva el fuego que crepita. En la noche tropical todo es rápido, la descomposición y la combustión. Palabras. Palabras encendidas, palabras a medias, palabras consentidas. Susurros, suaves besos y el bolero sigue hilvanando su música entre las flores sutiles y presumidas lamiendo como lenguas las henchidas ramas de la ceiba, otro cuerpo mitológico inflamado de trópico.

Bajo telas suaves dos pieles se buscan, como el mar y la noche, como dos lenguas parturientas de amor y deseo. Se buscan, huelen y palpan entre las sombras, y ¿para qué la luz?. La noche es infinita, como el bolero. Infinita, como las estrellas clavadas en el cielo. Como el océano que va y viene, y no pasa el tiempo. Solos tú y yo, prendidos en la noche bajo las estrellas.

TURKANA

sábado, 2 de mayo de 2009

NICOLÁS GUILLÉN, LA SÍNTESIS ORGÁNICA DE CUBA


Por el Mar de las Antillas
(que también Caribe llaman)
batida por olas duras
y ornado de espumas blandas,
bajo el sol que la persigue
y el viento que la rechaza,
cantando a lágrima viva
navega cuba en su mapa:
un largo lagarto verde,
con ojos de piedra y agua.

Alta corona de azúcar
le tejen agudas cañas;
no por coronada esclava:
reina del manto hacia fuera,
del manto adentro, vasalla,
triste como la más triste
navega Cuba en su mapa:
un largo lagarto verde,
con ojos de piedra y agua.

Junto a la orilla del mar,
tú que estás en fija guardia,
fíjate, guardián marino,
en la punta de las lanzas
y en el trueno de las olas
y en el grito de las llamas
y en el lagarto despierto
sacar las uñas del mapa:
un largo lagarto verde,
con ojos de piedra y agua.

***

LA MURALLA

Para hacer esta muralla,
tráinganme todas las manos:
los negros, sus manos negras,
los blancos, sus manos blancas.
Ay,
una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa, bien,
allá sobre el horizonte.

-¡ Tun, tun !
-¿ Quién es ?
- Una rosa y un clavel...
- ¡ Abre la muralla !
- ¡ Tun, tun !
- ¿Quién es ?
- El sable del coronel...
-¡ Cierra la muralla !
-¡ Tun, tun !
- ¿ Quién es ?
- La paloma y el laurel...
-¡ Abre la muralla !
-¡Tun, tun !
-¿ Quién es ?
- El alacrán y el ciempiés...
-¡ Cierra la muralla !

Al corazón del amigo,
abre la muralla;
al veneno y al puñal,
cierra la muralla;
al mirto y la yerbabuena,
abre la muralla;
al diente de la serpiente,
cierra la muralla;
al ruiseñor en la flor,
abre la muralla...

Alcemos una muralla
juntando todas las manos;
los negros, sus manos negras,
los blancos, sus blancas manos.
Una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa, bien,
allá sobre el horizonte...

TURKANA